sábado, 6 de octubre de 2007

Comunicación

Esta tarde escuchaba a una profesora de universidad, que hablaba sobre lenguaje y comunicación, y comentaba, entre otras cosas, que el emisor se dirige siempre a un receptor determinado. Y lo más importante del mensaje que le comunica es la intencionalidad, pues cuando una comunicación es literalmente lo que indican las palabras, y nada más que eso, resulta algo pobre.
No pude evitar el pensar en vosotros, los amigos escritores. Cuando alguien escribe algo, ¿piensa en los que van a leerlo? ¿Condiciona eso su manera de contar las cosas? Cuántas veces nos encontramos textos -o películas- faltos de intencionalidad, donde, obviando lo obvio, no encontramos nada...

7 comentarios:

Francis P. dijo...

Joder, cuántas tonterías decimos los profesores universitarios...

A mi me importan un cojón qué piensen los lectores. Si lo leen, es que les interesa, y si les interesa será por algo, y ese algo no tiene que ver nada con las razones que me llevaron a mí a escribirlo.

¿Y qué hacemos entonces con la intencionalidad? ¿Qué sé yo de las intenciones de Biedma o de Jero o de Dashiell Hammett, de K. Dick o de Panadero? Yo sé de mis intenciones, y punto.

Cada lector es un mundo, y lee lo que quiere, y entiende lo que le da la gana. Y la semiótica es una puñetera basura que nunca ha explicado absolutamente nada de por qué nos entendemos cuando hablamos. Por ejemplo, cuando Peirce estableció el funcionamiento de los simbolos fue incapaz de explicar -y se sigue sin hacerlo- por qué los símbolos simbolizan cosas. ¿Por qué hay gente que se pone cachonda viendo una ikurriña o una bandera roja y gualda, y en cambio no se pone nada viendo la tricolor francesa? Respuesta: No tenemos ni puta idea.

De hecho -y se lo dices a tu señora profesora- es conocido que ni tan siquiera entendemos más allá del 50% de las palabras que escuchamos y que el otro 50% las entresacamos del contexto general de la conversación y nos sirven para deducir el resto del mensaje.

Panadero, guapo, esa era una lista (no te hagas pajas mentales).

Sí, en efecto, decimos muchas tonterías en la universidad. No vayáis.

Panadero dijo...

Paco,
volviendo al debate, o mejor dicho, sin salir de él, yo parto de que a un escritor sí le importa lo que piensan los lectores.
Aunque eludamos la parte más didáctica de la literatura, ese es un componente que está ahí.
Y los símbolos, aún cuando no funcionan más que por convención (y también es una convención el propio lenguaje) ayudan a crear un significado.
Lo que yo quería destacar en este post es la extremada superficialidad de muchas novelas, que al estar escritas para auditorios inmensos, eluden entrar en particularidades, resultando, como solemos decir, muy estandarizadas. O impersonales.
Vamos, que no me imagino a un seminarista leyendo "El manuscrito de Dios". O sí, lo imagino leyéndolo a escondidas, a punto de vivir una crisis de fe.

¡Es que eres un iconoclasta, amigo Galateo!

jerobibo dijo...

hombre, yo sí intento pensar en un lector digamoos ideal, pero no nos engañemos, ese lector soy yo

escribo las cosa que me gustaría leer, es cierto lo que dice paco, de lo que queremos decir a lo que decimos hay un trecho, por no decir lo que se pierde, de lo que llega, lo que es oye, de lo que s oye lo que de verdad se escucha y aún así luego súmale la subjetividad del tío que lo leee.....buff, no sé ni cómo nos medio comunicamos

ahora, es verdad tb lo que dice baker(o sea panadero) que es cierto que a veces, las novelas por buscar un público amplio resultan impersonales, predcibles, demasiado profesionales

yo, la verdad, aunque quisiera negarlo, pienso en la gente que me lee, no sólo a nivel ideológico o profundo, sino en cosas más obvias, os pondré un ejemplo, en el rojo en el azul hay fragmentos bélicos y cuando la escribía pensé en que si eran demasiado largos (se que suena a topizao) podía aburrir a las féminas, así que puse interés en que los rastaplum, boom, boom, no se hicieran muy pesados

supongo que en el mundo de la literatura comerciale s distinbto, claro, o en el cine
otra cosa es que yo sé de mis intenciones y a veces logras hacerte entendre como dice paco o a veces el otro es un lerdo, o le caes mal, o yo que sé

pero interesante debate, panadero

Biedma dijo...

Creo que me toca decir algo al respecto.

Por no resucitar una dialéctica muerta hace mucho -excepto la profe de Panadero, ya nadie distingue entre mensaje e intención, porque, a poco que profundizas, descubrirás que la intención y el mensaje y hasta el canal del mensaje, o sea el fondo y la forma, son una misma cosa-, me centraré brevemente en mi posición al enfrentarme a la escritura.
Aunque lograr que mis historias sean accesibles para un público amplio forma parte de una visión digamos de izquierdas que procuro aplicar a toda mi producción, a la hora de la verdad literaria, me encuentro con que el compromiso con mi obra prevalece sobre cualquier pre-juicio, y que tomo decisiones narrativas que me alejan cada vez más del gran público, y de la riqueza, y de la gloria, y de su puta madre. Esa es mi intención o mi no intención.

No se lo cuentes a tu profe, Panadero, no vaya a ser que me lo explique; a ser posible, siempre me quedo con las contradicciones.

Lo demás, ya lo ha dicho el Paco.

Abrazos.

Francis P. dijo...

Biedma ha puesto un punto interesante en este debate cuando ha hablado de la "democratización" del discurso. Quizá esta sería la única concesión o inciso que yo haría mi discurso iconoclasta. Pero sólo esta.

Mirad nenes: al final ocurre que al escritor le pasa lo que al pintor, al musico o al escultor. Está solo frente a su creación. Y crea como sabe, como puede y como quiere.

Pero es que al lector le pasa exactamente lo mismo. Está solo ante lo que lee. Y lo lee como puede, como sabe o como quiere. Sin ayudas externas. Por eso hay gente que lee el Quijote y dice "que novelita me he leido", y gente que lee una valla publicitaria y descubre los secretos de la creación.

Resumiendo: que la intención es subjetiva. La intención siempre es mi intención. Mi intención como escritor o mi intención como lector. Y además, ambas intencionalidades son mutuamente excluyentes.

El maldito escritor (que no el escritor maldito) dijo...

Como apunta Paco, conviene distinguir o matizar dos aspectos: uno, las razones que llevan a escribir lo que uno escribe. Dos, la forma de hacerlo.

Algo que considero inalienable es el derecho del narrador a escribir lo que se le ponga en la punta del nabo. De tal manera, es a mí, como creador y emisor de un mensaje, al que tal o cual situación imaginada me harán sentir o vibrar de una determinada forma. Soy yo el que disfruta imaginando personajes, comportamientos, situaciones y lugares. Soy yo el que me lo paso como un enano desarrollando una trama, una línea argumental.

Ahora bien, cuando pongo negro sobre blanco y pretendo que alguien lea el resultado de mi disfrute personal -por que no nos engañemos, escribimos para ser leídos. Lo del malditismo, la escritura intimista y plasmar el mundo interior para gozo de uno mismo es un camelo para indigentes intelectuales- yo sí pienso en el recepctor del mensaje. Y escribo para él. Y juego. Y doy vueltas. Y trato de ponerme en su lugar. Y me esfuerzo en encontrar las palabras adecuadas para que, leyendo un determinado pasaje, sienta el mismo placer y la misma intensidad que yo al imaginarlo.

Y el que diga lo contrario me temo que falta a la verdad.

jerobibo dijo...

de acuerdo con maldito,

escribir, inventar historias es puro onanismo pero luego, todos esperamos que haya alguien al otro lado

es cierto que como dice Biedma, hay que tener cuidado con eso, pq tampoco es cosa de acabar hecho un vendido, pero en el fondo, aunque escribo lo que quiero, lo que me gusta ( si no fuera así a ver quien coño se inventa 200folios si se aburre con lo que hace) es inevitable que me plantee un poco cómo va a reaccionar el lector