jueves, 28 de mayo de 2009

El día en que murió Bruce Lee

Pues que tontas eran. Tontísimas. Aquellas peliculillas de Bruce Lee no eran otra cosa que un pretexto para que aquel tipo, que como actor resultaba más que discutible, pudiera liarse a bofetadas con un montón de chinos que le hacían el corro, siempre atacando de uno en uno en lugar de todos a una. Siempre cobrando como campeones. Siempre los mismos y siempre con la misma camisa.

Más que tontas, chorras. Intrascendentes.

Pero tenían mucha gracia. Y la tenían porque eran entretenidas pese a sus limitaciones presupuestarias y porque Bruce Lee -el actor más que discutible- era un tipo con magia. Un sujeto que caía bien, que molaba, una pantera que repartía pescozones y patadas con enorme talento y eficacia. Reconozcámosle el mérito: convertirse en estrella internacional y mito intergeneracional haciendo películas tan risibles como aquellas es cosa que está al alcance de muy pocos elegidos, y algo tendrá el agua cuando la bendicen. Añadamos otro detalle: películas -las de Lee- que todavía hoy se ven con interés, que entretienen sin argumento digno de consideración y que son capaces de ponerle a uno en la cara esa sonrisilla floja que se le pinta en el rostro cuando disfruta.

Decía el gran Panadero (Protesis) el otro día que deberíamos reivindicar el metraje de hora y media. El cine de chicle, pipas y terraza de verano. El cine que era cine porque entretenía y que ponía de los nervios a cuatro culturetas empeñados en condenarlo sin resultados aparentes. El cine que asesino la ley de la infausta Pilar Miró. El cine de Bruce Lee, de los pistoleros cabalgando por Almería, de los monstruos con caretas de cartón y de los policías con placa de todo a cien. El cine, CINE. El cine que creó mitos inmortales como el del gran Bruce Lee (be water my friend). El día en que Bruce Lee murió ese cine también empezó a morirse muy despacio para verse suplantado por los artificios tecnológicos, las historias infumables, los alardes de lo pretendidamente inteligente y los tostones de tres horas (o de tres trilogías de doce horas cada una, al peso, como las sagas literarias de éxito... Da igual que sea bueno o malo, pero que pese).

Personalmente, cuando me enteré de que ese antro de Hollywood al que llaman "academia" (que Platón confunda a los de allí y a los de aquí) había decidido oscarizar una cinta como Tigre y Dragón no puede evitar volver a ensayar la risa floja. Vivir para ver. Cuando yo andaba en los diez años y me sacaba la entrada en el cine del barrio para ver una de Bruce Lee solía encontrarme rodeado de gitanillos y quinquis que hablaban y no paraban acerca de la eficacia virtuosa de los "nunchacos de Bruce Ley". Entonces los listillos -siempre hay listillos preparándose el camino- cacareaban que aquel cine era un horterada. Que yo era un hortera. Que dos décadas después la tropa de los "nunchacos" se viera reemplazada en la mismísima meca del cine por un montón de celebridades millonarias me pareció algo lógico. De suyo. Al final resultó que Bruce Lee -y otros como él- habían comprendido la mecánica misma de la cosa esta a la que llamamos cine: haga usted lo que quiera, pero hágalo entretenido... Y los experimentos, con gaseosa. Es una pena que luego Ang Lee se nos confundiera y creyera que Hulk valía para hacer prácticas de laboratorio.

Y los listillos triunfaron. Y así va esto. La lástima es que ya no tenemos a un Bruce Lee dispuesto a ponerles las pilas.

Bruce Lee que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre
venga a nosotros tu reino...

P.D.1: No creo necesario recordar que el gran Bruce Lee era tan sumamente visionario que dio su primera oportunidad cinematográfica a otro gran monstruo del cine de barrio, el gran Chuck Norris. Y quién no se lo ha pasado de coña con alguna de Chuck Norris...

P.D.2: La imagen de Bruce Lee que encabeza el post es una de las fotografías promocionales de "Juego con la muerte", peli que se dejó inconclusa pues sólo rodó unos treinta minutos y hubo de ser completada por planos de otros actores y recortes sobrantes del rodaje de Operación Dragón. El traje idéntico que Uma Thurman luce en Kill Bill es un homenaje iconográfico de Tarantino a esta peli (culturilla cinematográfica, que nunca está de más).

miércoles, 20 de mayo de 2009

EL NADADOR AHOGADO


Historias al peso para vender al peso, decía acertadamente Pakosky del mercado editorial. Las leyes de la demanda que inventan algunos que no demandan nada de eso. Esa gente que sabe lo que quiere la gente sin darse cuenta que ellos son gente. Aunque no la gente que compraría eso.

En este mercado dirigido por muchos “sin eso”, nunca encaja bien el binomio novelas breves, relatos largos. Y sin embargo, en muchos casos son las duraciones de las verdaderas obras maestras. Como el “Relato soñado” de Arthur Schnitzler -la base de Eyes Wide Shut-, de longitud perfecta para lo que cuenta y cómo lo cuenta. Una deliciosa pesadilla sexual en menos de cien páginas.

Con “El nadador” de Cheever, veinte páginas, se llega al tope de los máximos mínimos: ambiente, detalles, estado de ánimo… Es cierto que para mí estuvo antes la película que el libro: Burt Lancaster nadando en las piscinas de todos sus vecinos hasta llegar a su casa. Qué brillante gilipollez. Por eso es necesario recibir estas ideas durante la infancia, que es cuando se aceptan sin cuestionarlas. Y escribir desde el ojo niño para gestarlas. Y luego aderezarlas con pizcas de horror: ese progresivo paso del verano al invierno. Y ese gélido final. Una película de terror, sí. Un relato de fantasmas. El del propio protagonista -antes que Bruce Willis. El del escritor.

Y si de tamaños hablo, también de tiempo. Porque el tamaño debe ajustarse a nuestra ansiedad vital. Cuéntame algo. ¡Ya! Microrrelatos. Y en el otro extremo, macronovelas. Las extrañas cosas de este mundo, que decía Pavón. Y sigo con el tiempo. El del cocinado de las historias, que ahora hacemos al microondas. Más rápido y sin perder propiedades, dicen algunos. Puede ser. John Cheever aliñaba sus cuentos en dos o tres días. Y no se puede decir que lo hiciera mal. Sin embargo, es curioso que su cima, “El nadador”, se deba a sesenta intensos días trabajo. Dos meses. Y a ciento cincuenta folios de notas. Todo para veinte páginas de cuento.

Sólo pretendía actualizar el tema de Narciso, aseguraba el propio Cheever, pero el protagonista comenzó a nadar libremente “por un inmenso número de piscinas -¡treinta!- y algo comenzó a ocurrir. Frío y silencio. Comenzaba el invierno… Fue una experiencia terrible escribir ese cuento. Es decir, estoy orgulloso de haberlo hecho pero el resultado fue que no sólo el Yo Narrador sino también el Yo John Cheever se convirtieron en parte de ese invierno. “

Se quedó tan afectado que tardó mucho tiempo en escribir otro cuento.
Yo todavía sigo en una de esas piscinas. Sin que nadie me rescate.

sábado, 16 de mayo de 2009

El resto es silencio


Con este hamletiano título, el escritor Rodolfo Martínez está montando una ambiciosa antología online de relatos de temática preferente aunque no excluyentemente fantástica donde podéis encontrar desde ya textos de los siguientes autores: Juan Miguel Aguilera, León Arsenal, José Antonio Cortina, Bernardo Fernández “BEF”, César Mallorquí, Rafael Marín, Félix J. Palma, José Luis Rendueles, José Carlos Somoza, Eduardo Vaquerizo y Juan Ramón Biedma.

martes, 12 de mayo de 2009

Charla callejera intempestiva

El otro día salgo a tirar el papel al contenedor dispuesto al efecto -alimento para la mafia que paradojicamente alivia la conciencia- y, por mandato expreso de mis chavales, a comprar comida para el hamster. Sí, en mi casa somos de esos psicópatas que tienen animales enjaulados. Tiene explicación: es preferible vivir en una jaula a sobrevivir en la ilusión de la libertad. Y además, no os quepa duda alguna y estoy dispuesto a jugarme una hipoteca, mi hamster es mucho más feliz que cualquier ecologista.

Cruzo la calle y me doy de narices con el amigo de Luis. Él viene en dirección contraria, tirando de un carrito de la compra casi vacío. Casi. Sube hacia el supermercado dispuesto a llenarlo para alimentar a la prole tal cual patrón paleolítico de horda cazadora-recolectora. Y digo "casi" porque tras el saludo, el cómo andas y el a dónde vas, me muestra una bolsa de Scarlatti's con un par de libros. El que tiene un vicio, si no se mea en la puerta, pues se mea en el quicio. Así es la cosa. Lo primero que cae al carro es la lectura y ya comeremos si se tercia... Pienso entonces que todos los amigos de la palabra somos unos jodidos locos, unos colgados, unos zumbados impresentables. Zombis de lo escrito y de lo dicho que hemos de trasegar una dosis diaria de negro sobre blanco para ir soportando los excesos de la realidad. Sonrío ante el pensamiento. Y de Luis, que algo se columbra de mis cábalas, me saca conversación. Charlamos. De libros. Entonces la extravagancia culmina porque en los tiempos que corren dos tíos -uno que recicla papel y mantiene ratones tras los barrotes, más otro que se atreve a tirar de un carrito amarillo sin rubor, sembrados en medio de la calle y sin hablar de tías, de fútbol, o de política, si no están locos es que son idiotas.

Tal cual.

Se nos pasa media hora parloteando y asumimos una conclusión dura, obvia: los editores quieren vender libros por quintales y se dejan maleducar por el público, que pide masivamente cierto tipo de libro. Los escritores que somos humanos y nos pirramos por el éxito como cualquier otro mortal -no me jodáis con hipocresías que ya voy siendo viejo- cedemos a la presión editorial. Escribimos al peso, historias al peso, para vender al peso. Ganamos menos que nadie con este negocio, pero el prestigio -mire usted- vive del éxito, y el triunfo no está en el arte sino en la venta. Así funciona este circuito de retroalimentación infernal. Quiero comprar ésto-quiero vender ésto-toma de ésto para que vendas-quiero seguir comprando ésto... Y si además de fama sacas un céntimo, miel sobre hojuelas. El mercado del "más vendido" (nunca sabremos si lo más vendido es el autor o la obra porque la cosa queda confusa, pero eso lo dice el tiempo, y cuando lo cuenta tampoco suele importar ya a ninguno de los implicados). Lo cierto es que entre los escritores que adoptan esta opción hay mucho binómio envidia-soberbia que suele regirse por un principio sencillo: el que más peca de envidia es siempre el que menos vende; el más adicto a la soberbia es ineludiblemente el que coloca en la calle quince ediciones sin despeinarse.

Más o menos.

O haces lo otro. A saber: construyes un personaje de tí mismo. Vas de artista fino, creativo, literato de postín. Entonces sueles escribir lo que quieres, pero hay pocos editores dispuestos, vendes escasos libros, y alcanzas el éxito haciendo columnas, dando conferéncias, rellenando tertulias e impartiendo seminarios. No vendes libros al peso porque lo que mercadeas al peso eres tu mismo, tu persona, tu nombre, tus entrañas. También vives con esto e incluso bien si te lo montas idem... Aunque este camino es más difícil y tiene la pega intrínseca de que necesitas tener tantos amigos como con el otro, si bien cambia el sector y la posición en la que éstos deben encontrarse. Porque, como en el caso anterior, este tipo de autor también posee su propio mercado y sus demandantes (que por lo general no suelen darse cuenta de que están comprando algo pero que tienden a maleducar tanto como los demás).

Así.

Enfrentado a estas cosas te das cuenta de lo idiotas que eran aquellos caballeretes torpones de "el arte por el arte". Es inviable. Ya no hay artistas sino artesanos en manos de mercaderes sometidos a la presión de las demandas de públicos diversos, metidos en circos diversos, con sus movidas fantasmas cual los fantasmas de Aute.

¡Vaya un tostón, tostón, tostoooooon!

De Luis se larga. Se le hace tarde. A mí también. "Tienes que escribir sobre esto", me dice. Yo lo hago -¿ves?-, pero la verdad es que no sé si al escribirlo he ido a parte alguna o terminado por colocar otro ladrillo en el muro, en uno de los muros... Esto tan pinkfloydiano con lo que cierro perorata debe ser lo que llaman tópico.

Amén.

[Imagen: la Torre del Silencio, Viena... Un psiquiátrico en los tiempos en los que aún lo era. Años en los que tanto locos como cuerdos no se mezclaban en plena calle y que no por ello eran mejores que los presentes].




jueves, 7 de mayo de 2009

LA GUERRA DE LOS DOS MIL AÑOS


Ahora que se acerca el Premio Francisco García Pavón y tras el renovador encuentro de ayer con el amigo Panadero en las praderas del Palacio de Oriente, he recordado este conjunto de relatos que me persigue desde la adolescencia: LA GUERRA DE LOS DOS MIL AÑOS. Culpable de mis primeros pinitos narrativos y responsable, a la vez, de mi desaliento literario porque, a fe mía, hermanos, que a más no se puede aspirar. Destaco títulos como El avión en paz, El mundo transparente, Coches para todo terreno… Y, sobre todo, El paso de las aceitunas.

Plinio y otra serie de magníficos cuentos de corte naturalista, han ensombrecido la verdadera naturaleza de su autor. Quizá ésta. Pero no os dejéis engañar. Estos relatos son más míos que de Pavón. Al fin y al cabo, el lector reinventa. Y yo lo he hecho mucho mejor que él. Palabra.

FGP dedica el libro a su hija: Para mi hija Sonia. Tan nueva, tan lejana todavía de las extrañas cosas de este mundo, de esta guerra de los dos mil años.

Eso mismo siento yo al contemplar a mis nenes, ignorantes de lo que se les viene encima. Horror y misterio, entre otras cosas. Mi alimento. Mi infierno.

martes, 5 de mayo de 2009

Las dos conferencias de David Torres


El escritor madrileño David Torres, finalista del premio Nadal 2003 con El gran silencio, y ganador del Premio Tigre Juan por su continuación, Niños de tiza, va a dar dos conferencias a lo largo de este mes en Ámbito cultural (dentro del Corte Inglés de la madrileña calle de Serrano).

El miércoles 13 de mayo hablará de la incidencia de las series televisivas en la narrativa.
Para más información http://www.ambitocultural.es/ambitocultural/portal.do?IDM=7&NM=2&fechaInicio=13/05/2009&fechaFinalizacion=13/05/2009&comunidad=0

El miércoles 27 de mayo, con el título de "El misterio del cosmos" nos hablará de los dos maestros de la ciencia ficción que, curiosamente, nos han abandonado hace poco. Nos referimos a Stanislaw Lem y Arthur C. Clarke.
Para más información http://www.ambitocultural.es/ambitocultural/portal.do?IDM=7&NM=2&fechaInicio=27/05/2009&fechaFinalizacion=27/05/2009&comunidad=0

Las veladas prometen, más aún si tenemos en cuenta que en 2004, Torres viajó a Polonia para entrevistarse con un anciano Lem. Esperamos impacientes estas dos conferencias.