miércoles, 20 de mayo de 2009

EL NADADOR AHOGADO


Historias al peso para vender al peso, decía acertadamente Pakosky del mercado editorial. Las leyes de la demanda que inventan algunos que no demandan nada de eso. Esa gente que sabe lo que quiere la gente sin darse cuenta que ellos son gente. Aunque no la gente que compraría eso.

En este mercado dirigido por muchos “sin eso”, nunca encaja bien el binomio novelas breves, relatos largos. Y sin embargo, en muchos casos son las duraciones de las verdaderas obras maestras. Como el “Relato soñado” de Arthur Schnitzler -la base de Eyes Wide Shut-, de longitud perfecta para lo que cuenta y cómo lo cuenta. Una deliciosa pesadilla sexual en menos de cien páginas.

Con “El nadador” de Cheever, veinte páginas, se llega al tope de los máximos mínimos: ambiente, detalles, estado de ánimo… Es cierto que para mí estuvo antes la película que el libro: Burt Lancaster nadando en las piscinas de todos sus vecinos hasta llegar a su casa. Qué brillante gilipollez. Por eso es necesario recibir estas ideas durante la infancia, que es cuando se aceptan sin cuestionarlas. Y escribir desde el ojo niño para gestarlas. Y luego aderezarlas con pizcas de horror: ese progresivo paso del verano al invierno. Y ese gélido final. Una película de terror, sí. Un relato de fantasmas. El del propio protagonista -antes que Bruce Willis. El del escritor.

Y si de tamaños hablo, también de tiempo. Porque el tamaño debe ajustarse a nuestra ansiedad vital. Cuéntame algo. ¡Ya! Microrrelatos. Y en el otro extremo, macronovelas. Las extrañas cosas de este mundo, que decía Pavón. Y sigo con el tiempo. El del cocinado de las historias, que ahora hacemos al microondas. Más rápido y sin perder propiedades, dicen algunos. Puede ser. John Cheever aliñaba sus cuentos en dos o tres días. Y no se puede decir que lo hiciera mal. Sin embargo, es curioso que su cima, “El nadador”, se deba a sesenta intensos días trabajo. Dos meses. Y a ciento cincuenta folios de notas. Todo para veinte páginas de cuento.

Sólo pretendía actualizar el tema de Narciso, aseguraba el propio Cheever, pero el protagonista comenzó a nadar libremente “por un inmenso número de piscinas -¡treinta!- y algo comenzó a ocurrir. Frío y silencio. Comenzaba el invierno… Fue una experiencia terrible escribir ese cuento. Es decir, estoy orgulloso de haberlo hecho pero el resultado fue que no sólo el Yo Narrador sino también el Yo John Cheever se convirtieron en parte de ese invierno. “

Se quedó tan afectado que tardó mucho tiempo en escribir otro cuento.
Yo todavía sigo en una de esas piscinas. Sin que nadie me rescate.

4 comentarios:

David G. Panadero dijo...

Cuando Robert A. Heinlein empezó a escribir -debía ser la década de los 50- sus editores le decían: demasiado largo. ¡Quítale 100 páginas!
Veinte años después, Heinlein seguía escribiendo lo de siempre, pero sus editores le decían, demasiado corto. ¡Añade cien!
No sé decir si somos minoría o mayoría, pero algunos como Paco, Kaplan o yo, todavía añoramos las novelas de 180 páginas, así como las películas de hora y media. ¿No es así?

JOSÉ FRADE RULES!!!

Biedma dijo...

Y por abrir un frente más, ¿quién se atreve -Fernando y otros tres majaras- a usar una película con cuarenta años de antigüedad para ilustrar una reflexión sobre lo que sea?

Se nos hace ver que las películas y las novelas apenas tienen un año de vida. A partir de ahí, han caducado y resulta de mal gusto volver sobre ellas.

La consigna es llevarnos de nuevo al hipermercado cultural para que no paremos ni un momento de consumir.

Francis P. dijo...

Queridos, no puedo estar más de acuerdo con el post o con los sagaces comentarios que hacéis. Y la verdad es que algo muy raro está ocurriendo con la mercadotécnia y el consumo... Tanto afán hay por hacer pasta gansa y fácil que se va haciendo imposible realizar cosas auténticas, no marcadas, no mancilladas (o sea, de majaras). Ya decía en el muro de facebook que me gustaría que la crisis fuera sólo económica. El problema es que con la extensión tentacular del sistema de producción, ha trascendido a todos los ámbitos.

Muy grave.

Por cierto, Kaplan, quisiera compartir contigo ex-aequo el premio que querías otorgarme al post del año (en espera de cosas mejores de los hermanos que, seguro, están por llegar). Mucho nivel hay entre los galateos, y a ver quién dice lo contrario.

Luis de Luis dijo...

Yo aún diría más, es una película de terror.

El absoluto desconcierto de los personajes ante las visitas a sus mansiones de este personaje (que hasta hace nada era uno de lo suyos) mendigando una zambullida es cuanto menos, inquietante.

La limpieza y luminosidad conm que está filmada la película, añaden y mucho.