martes, 12 de mayo de 2009

Charla callejera intempestiva

El otro día salgo a tirar el papel al contenedor dispuesto al efecto -alimento para la mafia que paradojicamente alivia la conciencia- y, por mandato expreso de mis chavales, a comprar comida para el hamster. Sí, en mi casa somos de esos psicópatas que tienen animales enjaulados. Tiene explicación: es preferible vivir en una jaula a sobrevivir en la ilusión de la libertad. Y además, no os quepa duda alguna y estoy dispuesto a jugarme una hipoteca, mi hamster es mucho más feliz que cualquier ecologista.

Cruzo la calle y me doy de narices con el amigo de Luis. Él viene en dirección contraria, tirando de un carrito de la compra casi vacío. Casi. Sube hacia el supermercado dispuesto a llenarlo para alimentar a la prole tal cual patrón paleolítico de horda cazadora-recolectora. Y digo "casi" porque tras el saludo, el cómo andas y el a dónde vas, me muestra una bolsa de Scarlatti's con un par de libros. El que tiene un vicio, si no se mea en la puerta, pues se mea en el quicio. Así es la cosa. Lo primero que cae al carro es la lectura y ya comeremos si se tercia... Pienso entonces que todos los amigos de la palabra somos unos jodidos locos, unos colgados, unos zumbados impresentables. Zombis de lo escrito y de lo dicho que hemos de trasegar una dosis diaria de negro sobre blanco para ir soportando los excesos de la realidad. Sonrío ante el pensamiento. Y de Luis, que algo se columbra de mis cábalas, me saca conversación. Charlamos. De libros. Entonces la extravagancia culmina porque en los tiempos que corren dos tíos -uno que recicla papel y mantiene ratones tras los barrotes, más otro que se atreve a tirar de un carrito amarillo sin rubor, sembrados en medio de la calle y sin hablar de tías, de fútbol, o de política, si no están locos es que son idiotas.

Tal cual.

Se nos pasa media hora parloteando y asumimos una conclusión dura, obvia: los editores quieren vender libros por quintales y se dejan maleducar por el público, que pide masivamente cierto tipo de libro. Los escritores que somos humanos y nos pirramos por el éxito como cualquier otro mortal -no me jodáis con hipocresías que ya voy siendo viejo- cedemos a la presión editorial. Escribimos al peso, historias al peso, para vender al peso. Ganamos menos que nadie con este negocio, pero el prestigio -mire usted- vive del éxito, y el triunfo no está en el arte sino en la venta. Así funciona este circuito de retroalimentación infernal. Quiero comprar ésto-quiero vender ésto-toma de ésto para que vendas-quiero seguir comprando ésto... Y si además de fama sacas un céntimo, miel sobre hojuelas. El mercado del "más vendido" (nunca sabremos si lo más vendido es el autor o la obra porque la cosa queda confusa, pero eso lo dice el tiempo, y cuando lo cuenta tampoco suele importar ya a ninguno de los implicados). Lo cierto es que entre los escritores que adoptan esta opción hay mucho binómio envidia-soberbia que suele regirse por un principio sencillo: el que más peca de envidia es siempre el que menos vende; el más adicto a la soberbia es ineludiblemente el que coloca en la calle quince ediciones sin despeinarse.

Más o menos.

O haces lo otro. A saber: construyes un personaje de tí mismo. Vas de artista fino, creativo, literato de postín. Entonces sueles escribir lo que quieres, pero hay pocos editores dispuestos, vendes escasos libros, y alcanzas el éxito haciendo columnas, dando conferéncias, rellenando tertulias e impartiendo seminarios. No vendes libros al peso porque lo que mercadeas al peso eres tu mismo, tu persona, tu nombre, tus entrañas. También vives con esto e incluso bien si te lo montas idem... Aunque este camino es más difícil y tiene la pega intrínseca de que necesitas tener tantos amigos como con el otro, si bien cambia el sector y la posición en la que éstos deben encontrarse. Porque, como en el caso anterior, este tipo de autor también posee su propio mercado y sus demandantes (que por lo general no suelen darse cuenta de que están comprando algo pero que tienden a maleducar tanto como los demás).

Así.

Enfrentado a estas cosas te das cuenta de lo idiotas que eran aquellos caballeretes torpones de "el arte por el arte". Es inviable. Ya no hay artistas sino artesanos en manos de mercaderes sometidos a la presión de las demandas de públicos diversos, metidos en circos diversos, con sus movidas fantasmas cual los fantasmas de Aute.

¡Vaya un tostón, tostón, tostoooooon!

De Luis se larga. Se le hace tarde. A mí también. "Tienes que escribir sobre esto", me dice. Yo lo hago -¿ves?-, pero la verdad es que no sé si al escribirlo he ido a parte alguna o terminado por colocar otro ladrillo en el muro, en uno de los muros... Esto tan pinkfloydiano con lo que cierro perorata debe ser lo que llaman tópico.

Amén.

[Imagen: la Torre del Silencio, Viena... Un psiquiátrico en los tiempos en los que aún lo era. Años en los que tanto locos como cuerdos no se mezclaban en plena calle y que no por ello eran mejores que los presentes].




7 comentarios:

Pedro de Paz dijo...

Qué clarividencia, amigo Pakosky. Dígame que psicotrópicos le producen ese estado de consciencia que me voy a por dos quintales. Lo digo en serio.

Más razón que un santo, oiga. Verdades como puños.

Abrazos,
Pedro

Fernando Cámara dijo...

Genial, Pakosky. Todo un relato en sí mismo. De la saga, "Encuentros con de Luis". Los que tenemos la suerte de practicarlos nos vemos gratamente reflejados. Ahí es donde deberían estar los micros, en esas tertulias callejeras, sanotas e improvisadas. Nada que fingir.

Mortadelín de Oro a la Mejor entrada Galatea del año.

Luis de Luis dijo...

¡Gran Posta Pakosky!

Fdo;

Tu Muso

Biedma dijo...

Paco, querido, necesitamos una entrada de éstas a la semana, o cada tres días. Sólo para recordarnos donde estamos.

Abrazo, abrazo.

Guillermo dijo...

Estupenda y miserable. Estupenda la entrada y miserable nuestro rol como escritores. La literatura es un oficio solitario, pero no justifica el indivualismo cerril que practicamos, y del que los editores se sirven gozosos.

Francis P. dijo...

El mérito no es sólo mío, que soy otro artesano. Lo estimulante y psicotrópico es tener amigos capaces de moverte. Y la verdad es que tras la charla con el gran de Luis (mi muso), me apetecía un montón escribirlo.

Gracias por vuestro apoyo a las neuras y comidas de coco de este modesto zumbado.

David G. Panadero dijo...

Paco,
me ha encantado -y digo encantado, eh- esta entrada. Y quisiera haber podido estar ahí con vosotros, para añadir mi pesimismo al vuestro. Porque al final, ni siquiera los lectores salen ganando en esta carrera...
Imaginaos por un momento que todos vivésemos en la procelosa Vallekas. Coincidiríamos más que en las películas de Robert Altman, jejejej

Abrazotes.