lunes, 17 de diciembre de 2007

Pavos y conejos

Que los políticos que sufrimos son idiotas hasta decir basta no es noticiable. De hecho, ni tan siquiera sería reseñable en sitio alguno de no ser por el empeño sistemático que ponen en demostrarnos que son idiotas. Se emplean a conciencia en la materia, con desparpajo propio de auténticos profesionales de la idiotez, sin tapujos, miedo al ridículo ni componendas. Nos lo restriegan por la cara con absoluto descaro: "estáis en manos de idiotas, ¿pasa algo?". Luego se mosquean porque el personal, hasta las trancas de tanto atropello, se queda en casa en lugar de ir a meter el sobrecito en la urna.

Tontos de capirote tan increíblemente tontos que uno no puede evitar preguntarse de dónde los sacan, si existe una cantera oculta o es que los fabrican por piezas en alguna factoría escondida bajo una montaña ignota. Resultaría imposible inventar personajes tan surrealistas para una novela del absurdo y esto es preclaro ejemplo de que toda realidad es más alta y más lejana que cualquier posible ficción. Es imcomprensible de todo punto que haya personas dedicadas a la función pública, detentando cargos de elevado prestigio y poder, con tan escaso margen intelectivo a la hora de improvisar, tan pocos recursos cuando se salen del texto que les han escrito, o tan floja consistencia intelectual cuando tienen que eludir las consignas y lugares comunes de sus arengas panfletarias. Luego pasa lo que pasa: se lanzan a hablar italiano si tener ni gorda; desconocen el precio de un café en cualquier cafetería o pierden el tiempo en tratar de averiguar cuánta propina nos dejamos después de la consumición. Es lo que hay y no le busquéis tres pies. La trifulca de los pavos y los conejos es el último (que no el definitivo) episodio de este berenjenal del despropósito en el que han convertido la política esta panda de cenutrios iletrados. Cuando unos te dicen que la solución a las economías domésticas maltratadas por la exasperante alza de precios es comer conejo (lo cual es para partirse el pecho), viene el de enfrente encarnado en Super-Coco para decirte que un pavo no es lo mismo que un conejo. Es curioso que al final, allá donde más tonto sea el simil del político, haya una metáfora gastronómica de fondo (¿recordáis lo de las peras y las manzanas?). A lo mejor es que la política no entiende de estómago o, más probable, lo que ocurre es que hace falta tener mucho estómago para dedicarse a la política.


Para introducirse en cualquier sector profesional te exigen -porque es exigible y va de suyo- un curriculum digno y apropiado, unas pruebas de aptitud, unos mínimos estándares de competencia... Para ser político, por lo que parece, sólo hace falta tener mucho morro. Geta a mansalva para que, aún sabiéndote incompetente, no te dé vergüenza pedir votos para mangonear destinos, recomendar conejos y manifestar que los pavos no son conejos del mismo modo que tampoco son elefantes. Eso es dedicación al deber cívico y deseo de entregar la vida de uno al servicio público, y bla, bla, bla... "Vótame y come conejo sin confudirlo con el pavo porque de lo demás ya nos encargamos nosotros".

Claro que, si lo miras bien y por seguir con el juego de las analogías, yo soy de los que están convencidos de que en este país nuestro hay tanta mala leche porque se come muy poco conejo, y no es más que una opinión. Habrá que verle el lado bueno; así al menos los caricaturistas y humoristas tienen el pan asegurado ab aeterno. Va ser verdad lo que me decía en la sobremesa una compañera entretanto un escalofrío de puro terror me recorría la espina dorsal: "la gente que vale y sabe, no pierde el tiempo metiéndose en la política" (¡glup!).

1 comentario:

Biedma dijo...

Hermano, lamentable radiografía.
Y no olvidemos que los hermanos menores de los políticos, los tecnócratas con carnet que controlan medios académicos, sanitarios, jurídicos y demás, pierden el culo por emular a estos mamahostias.
Nada ha cambiado desde los retratos de Larra. A peor, si acaso.