El día que cumplió cinco años fue el que eligió Mila para introducir a su padre en las misteriosas delicias del otro sexo.
A partir de entonces, durante lustros, lo había conducido por los confines de la lujuria abismal, suculentas prácticas que incluían desde la necrofilia con un finado miembro de la familia que se prestó sin rechistar a sus requerimientos, hasta el ménage à trois con un encumbrado clérigo afecto de la casa, hoy relevante partícipe de la Conferencia Episcopal.
El padre suponía que el dulce descenso a tales profundidades no tendría fin, pero llegó Juanito, y las puertas de la alcoba de la niña se le cerraron de repente.
Para siempre.
También se le esfumaron en la cara esas razones para vivir que había atesorado con consciencia de último recurso.
Al final de una tarde, harto de no poder conciliar el sueño una vez más por los gritos de agónico placer de la pareja de mozalbetes, a la que hoy se unían los alaridos de los vecinos acéfalos encendidos por un partido del derby local, decidió tirar de la tableta de narcolépticos de su mujer, primero tomándose un par de comprimidos, y después tragándose todos los demás, a ver qué es lo que pasaba.
El hombre, viejo socio del Sevilla F. C., despertó poco después en un pasaje ardiente junto a un tipo con cuernos y una camiseta blanca y verde que le sonreía con desprecio.
Le preguntó si se había muerto, le pregunto si había ganado el Betis, le preguntó si estaba en el infierno.
El cornudo respondió afirmativamente a las tres cuestiones.
- ¡Pues empezamos bien la puta noche! -Se dijo el padre de Mila.
A partir de entonces, durante lustros, lo había conducido por los confines de la lujuria abismal, suculentas prácticas que incluían desde la necrofilia con un finado miembro de la familia que se prestó sin rechistar a sus requerimientos, hasta el ménage à trois con un encumbrado clérigo afecto de la casa, hoy relevante partícipe de la Conferencia Episcopal.
El padre suponía que el dulce descenso a tales profundidades no tendría fin, pero llegó Juanito, y las puertas de la alcoba de la niña se le cerraron de repente.
Para siempre.
También se le esfumaron en la cara esas razones para vivir que había atesorado con consciencia de último recurso.
Al final de una tarde, harto de no poder conciliar el sueño una vez más por los gritos de agónico placer de la pareja de mozalbetes, a la que hoy se unían los alaridos de los vecinos acéfalos encendidos por un partido del derby local, decidió tirar de la tableta de narcolépticos de su mujer, primero tomándose un par de comprimidos, y después tragándose todos los demás, a ver qué es lo que pasaba.
El hombre, viejo socio del Sevilla F. C., despertó poco después en un pasaje ardiente junto a un tipo con cuernos y una camiseta blanca y verde que le sonreía con desprecio.
Le preguntó si se había muerto, le pregunto si había ganado el Betis, le preguntó si estaba en el infierno.
El cornudo respondió afirmativamente a las tres cuestiones.
- ¡Pues empezamos bien la puta noche! -Se dijo el padre de Mila.
1 comentario:
Ja, ja. Tío, ¡qué bueno! Fíjate que yo no había encontrado la forma de encajar al papá de la nena en el argumento.
Esto va tomando cuerpo.
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