martes, 3 de marzo de 2009

Con Z de Zombi

Hace un mes.

Un amigo amante del género cual servidor de ustedes me pasa esta novela de Max Brooks (en efecto el hijo del no siempre bien ponderado Mel Brooks y de Anne Bancroft) y me dice: "tío, te va a encantar". Llego a casa, y como no me ofrece mucha confianza -porque soy tan tonto como cada hijo de vecino y tengo tantos prejuicios como el que más- la pongo en un hueco libre del estante y me olvido... Total, que el viernes pasado, despues de visionar REC por enésima vez, aún no satisfecho con mi precaria ración de carne humana, mis ojos caen en el tocho (porque es un tocho), lo cojo, lo abro, empiezo... Y ya no paro.

De tres sentadas me comí esta historia-collage en la que el autor asume el papel de un supuesto observador de Naciones Unidas que se recorre el mundo a diestro y siniestro a fin de recabar testimonios de primera mano con los que componer una historia, alternativa a la oficial, de la gran Guerra Mundial Zombi. Porque claro, la guerra ya ha terminado, los muertos han vuelto a estar bien muertos, y los escasos supervivientes al gran colapso de la humanidad andan en la tarea de reconstruir lo poco que ha quedado en pie.

Así, el imaginario observador de la ONU va reuniendo testimonios de primera mano, algunos de personajes clave en el curso de los acontecimientos, otros de tipos anónimos que simplemente pasaban por allí. Militares, políticos, médicos, artistas, amas de casa, policías, fontaneros, albañiles, enfermeras... infinidad de puntos de vista y un enfoque interétnico e intercultural que dan como resultado un acabado final de enorme realismo. A veces incluso llegas a olvidarte de que no es más que ficción, confundes planos ontológicos, e imaginas que te enfrentas a un ensayo. Muy bien hecho, muy bien documentado, muy eficaz.

Lo mejor es la preclara comprensión que el autor tiene de lo artificioso de la realidad humana, consistente en dar por sentadas millones de cosas carentes de valor real cuando lo perentorio pasa por la mera supervivencia del contar los días. Imaginadlo por un momento: nada es como debe ser porque los muertos no se mueren, los vivos no quieren convertirse en muertos que no se mueren, el armamento convencional no sirve de nada, los gobiernos carecen de razón de ser, nos hemos quedado sin energía ni combustible de manera que el 90% de nuestra basura tecnológica es residuo, las leyes ya no existen, ni el sentido común, ni algo que se pueda llamar cultura o sociedad más allá de las necesidades impuestas por el ansia de sobrevivir. Ni tan siquiera la guerra tiene sentido en sí porque el enemigo es ingente, implacable, no hace prisioneros y tampoco se plantea ideas como la negociación y la rendición.

Y descubrimos atónitos que ser corredor de bolsa, asesor financiero, cineasta, banquero, abogado, escritor, actor, director teatral, profesor, famoso, técnico informático, analista de sistemas, crítico o periodista es, en sí mismo, inútil cuando impera el caos. Porque lo que verdaderamente es importante es contar con gente que sepa arar un terreno, instalar un cableado, soldar tuberías, hacer una silla, fundir metales, coser ropa o criar ganado. Eso que por lo general pagamos mal, creemos estupidamente que puede hacer cualquiera, y no queremos para nuestros hijos.

Los muertos se levantaron de sus tumbas, y sobrevivimos. Pero no nos salvaron todos esos inútiles que copan la prensa y a los que votamos creyendo absurdamente que nos arreglarán la vida.

Revelación.

2 comentarios:

David G. Panadero dijo...

Una vez, cuando estábamos dando un paseo, un amigo dijo, con la mirada perdida, "Ojalá existieran los zombis".
No se daba cuenta de que estaban a punto de llegar...

Biedma dijo...

Mea cualpa respecto a los prejuicios: he tenido en mi mano últimamente varios libros del tema y los he vuelto a dejar en la mesa de la librería. Error. Cuando se levanten los zombis, tampoco habrá distinciones entre géneros más o menos literarios.

Excelente artículo, aunque el libro no existiera.