Tras el retorno del oasis malagueño, quien más y quien menos nos hemos tirado una semana para volver a centrar cuestiones, y parece mentira que apenas dos días de expansión y gozo puedan descabalarle a uno la vida de semejante modo pero, una vez recuperados del maravilloso trauma, vengo a cumplir con la deuda contraída en tierras andaluzas con el hermano Biedma, quien me pidió un comentario de esta película que, ya de entrada, os digo que a mi me ha gustado mucho y por variopintas razones.
El testamento actoral de Eastwood, quien ya ha dicho por activa y por pasiva que todo lo que haga de aquí en adelante será tras la cámara y nunca delante de ella (aunque ya sabéis que se dicen muchas cosas), narra la peripecia de un señor mayor que, de pronto, observa cómo el mundo ha cambiado a su alrededor tan drásticamente que se siente incapaz de comprenderlo. Anclado en viejos paradigmas y teorías, de súbito, el buen hombre, un cascarrabias ultraconservador y un amargado de tomo y lomo, se da de bruces con el hecho de que todo en esta vida es coyuntural -empezando por la vida misma- y que aquellos valores que defendió furiosamente en su juventud ya no sólo han perdido vigencia sino que, simplemente, ni existen. Así, nos vemos ante el desencanto, la sensación de fracaso absoluto, el final del sueño americano representado en este Eastwood -sublime- que choca frontalmente con una realidad que le ha superado y que no puede ni quiere comprender.
De ahí partimos. Y ahí me quedo. Me planto porque a muchos de los que no hayan visto la película -que ni se puede ni se debe contar- les sorprenderá su desarrollo y su desenlace en la misma medida que una muy hábil campaña publicitaria te hace imaginar una historia que luego no se corresponde en absoluto con lo que se te narra en la pantalla. Pero es que lo se te cuenta es mejor que lo que te habías imaginado. Menos tópico, menos pretendidamente moralizante, poco tendencioso, más humano y, sin duda, mucho más interesante. Tan sólo un dato: Eastwood es un hombre que, llegando al fin de sus días, percibe que ha fracasado. Un tipo en busca de redención, de un motivo que justifique una existencia que ha sido larga y menos productiva de lo que él suponía... Una redención que, paradójicamente, va a encontrar justo en el último lugar en el que habría ido a buscarla por sí mismo. Sorpresas te da la vida que diría Rubén Blades.
Visual y ambientalmente la película se parece mucho a Mystic River. Cine de barrio de clase media, de vida rutinaria, de tipos que se cruzan y saludan por la calle, que se sientan en el porche de la casa a tomar el fresco, que siegan un jardín minúsculo los domingos por la mañana, que se cortan el pelo en la barbería de siempre, van al supermercado, beben cerveza al sol de la tarde y hacen chapuzas para entretenerse en el cuarto de los trastos. Con el paso de los años Clint Eastwood ha venido a descubrir que las mejores historias, aquellas que realmente merece la pena contar, suelen ocurrir en las juntas de vecinos, en los portales, en la casa del labriego, en el bar de la esquina o en el gimnasio. Que las historias verdaderamente buenas suelen ser las historias de todos los días. Las de Juan y Juanita que, mira tu por dónde...
Eastwood transmite muy bien todo eso. El pan de cada día. La existencia normal que nos vemos obligados a afrontar a diario y en la que irrumpe la casualidad. Interviene el azar para transformarlo todo y convertir la vida anodina de los tipos anodinos -de todos nosotros- en algo distinto, sugerente, interesante, profundo, en lo que habría que pensar y ante lo que se ha de tomar partido. La consecuencia es que Gran Torino -que por cierto, aunque de entrada suena extraño, se convierte en un gran y apropiadisimo título cuando has visto el filme- es una película reflexiva, pausada, repleta de personajes en transición, de gente desintegrada que trata de integrarse, que busca su lugar en el ciclo de las cosas y que pretende asumir los vericuetos de la existencia de la manera menos traumática posible. Una historia obligadamente plana, que gira inesperadamente, que no adiestra ni ofrece mensajes facilones, recetas o pretextos. Con un corolario sencillo: "esto es lo que hay, haz con ello lo que te apetezca".
El testamento actoral Eastwood cuaja en una excelente película, sin trampas ni artificios. Triste, pero grande, hecha para gente a la que le gusta el cine más allá de los cromas, los tiros, las explosiones, las naves espaciales, la sangre facil, los zombis, el gore y la Tierra Media. Que también.