Lo siento, colegas, no puedo con el cine social. Al menos con esos títulos recientes que alardean de ser comprometidos. Es superior a mis fuerzas.
No recuerdo quién era; había un escritor que dijo que las buenas intenciones producen mala literatura. Y es que cuando el cine se pierde por el camino de las buenas intenciones, se enfanga hasta las trancas en la moral didáctica, pierde mucho encanto. O al menos, así lo veo yo. Las buenas películas, los buenos libros, han de ser ambivalentes, mostrar el lado humano de los monstruos, las contradicciones, los dilemas más profundos... Y que la cosa no degenere en campaña de sensibilización del Ministerio de Asuntos Sociales. Creo que el buen cine debe aspirar a mucho más que a eso.
Me imagino que una película social debería ser la que denuncia una situación, toma partido, suscita un debate y una polémica, provoca una reacción... Sin embargo, que me digan qué polémica suscitan películas como Los lunes al sol o El patio de mi cárcel, que no dejan de señalar evidencias -a estas alturas cualquiera sabe ya que estar entre rejas es malo, malo, y que quedarse sin trabajo es peor-, eso sí, los cineastas se suben al carro de señalar evidencias con convicción y entusiasmo, como quien de golpe y porrazo descubre América... sin darse cuenta de que no es el primero. Estamos hablando de películas que abordan temas peliagudos y que después, al fin y al cabo, se disfrutan en familia y a la hora del té. No sé ahí dónde queda el compromiso. qué es lo que se denuncia cuando se pretende el aplauso de todos.
Como podéis ver, nuestro flamante cine español anda sobrado de buenrollismo social. Pero no es de cine español de lo que os quería hablar, que también, sino de un título de la década pasada que acabo de revisar esta tarde: American Beauty.
Ni siquiera en su estreno me llegué a interesar con esta historia, porque ninguno de los personajes tenía la más mínima entidad, eran meros estereotipos reducidos a su mínima expresión. Porque una cosa es jugar a la caricatura y otra muy distinta, poblar una película entera con personajes de un solo trazo, para con ello predicar la sociología de salón. Y es que en American Beauty todo es bidimensional, cartón piedra: desde una insípida puesta en escena que asemeja un espacio de teatro televisado hasta las interpretaciones o los machacones y rutinarios apuntes críticos contra el sistema americano.
En fin, galateos, espero poder, muy pronto, hablaros de películas más estimulantes. Espero que sea así.
2 comentarios:
Ajá hermano G. Justo lo contrario que Wall·E. Lo que yo te decía.
Has venido a ponerme el contraejemplo perfecto. A veces tengo muy claro porqué somos amigos, ¿eh?
Cien por cien de acuerdo, querido; por mucho que intento acercarme con el máximo interés al género de marras, y por muy de acuerdo que esté con sus premisas, suelo terminar desconectando a los pocos minutos.
Y esa semejanza que encuentras entre este cine y la propaganda socioinstitucional con la que nos bombardean desde el gobierno, no creo que sea ninguna casualidad: no olvidemos que durante mucho tiempo los cineastas mediocres de este país han sobrevivido gracias a subvenciones, pactos con las televisiones y otro tipo de componendas destinadas a promover esa clase de "valores positivos"
PS: no nos amenaces con hablarnos de películas más estimulantes, queremos que sigas arremetiendo contra el cinebasura.
Publicar un comentario