domingo, 23 de septiembre de 2007

La seducción del caos



A veces un extraño azar nos conduce a ver una película. Así sucedió hace unas cuantas noches. Mi madre tenía el sueño ligero, y pasó la noche en duermevela con el televisor encendido. Al despertar a la mañana siguiente, no estaba muy segura de qué había visto y qué había soñado, pero no tardó en telefonearme para hablarme de unas imágenes maravillosas: la ciudad de noche, bañada por luz artificial; Adolfo Marsillach transformándose en cyborg...
Para añadir misterio al asunto, mi madre consultaba el periódico del día anterior, y no encontraba ninguna mención a todo aquello que, vaya usted a saber, igual era producto de la falta de sueño. Hasta que, a base de insistir con llamadas telefónicas, un empleado del gabinete de prensa de TVE le indica que se trataba de la película La seducción del caos (1991), de Basilio Martín Patino.
Los siguientes pasos fueron más sencillos: descargar de Internet la película y verla.
La verdad, cuesta trabajo empezar el comentario de una película tan extraña. Falso documental sobre un escritor ficticio que adora a Diógenes el Cínico, aficionado a la astronomía, de verso fácil, La seducción del caos reúne a los viejos militantes, como Carmen Martín Gaite, Antonio Campillo, Ricardo Solfa... que hacen pequeños papeles, como amigos del escritor protagonista.
Realizada con espíritu de video-creación, al estilo de un "Planeta Imaginario" para adultos, pero bañada en ideas paranoides y disparatadas, La seducción del caos se adentra en multitud de discursos sin llegar a pisar firme en ninguno: formas de control de la ciudadanía, crímenes políticos, la prensa como fuente de conspiraciones...
Si me atrevo a recomendarla es porque los galateos, para empezar, hemos visto cosas mucho peores que ésta y sin rechistar, y también porque se trata de una de esas pocas películas con las que no puedes apartar la mirada del televisor, principalmente por desconcierto, porque no sabes qué puede pasar a cada minuto...

1 comentario:

Biedma dijo...

La película hay que verla, no conocía ese trabajo de mi admirado Marsillach, pero lo mejor de todo esto es, sin duda, la forma en la que el David nos traslada a esa noche de insomnio en la que la emitieron o no la emitieron. Y un beso para su madre, que mola todavía más que él.